Para nuestro infortunio, muchos de los políticos que nos gobiernan confunden activismo con experticia. No es un hecho menor. Esa confusión tiene impacto sobre su capacidad para proponer y ejecutar políticas públicas exitosas. La identidad y el carácter de los expertos y los activistas (su ethos) se oponen de forma irreconciliable. La aspiración del experto es acertar; la del activista, convencer.
Los dos creen usar el pensamiento crítico en su actividad. Pero para el activista eso quiere decir ser crítico con las teorías opuestas a las suyas, mientras que para el experto significa criticar sus propias propuestas, para que la acción que recomienda tenga el mayor éxito.
En las ciencias naturales desconfiamos de quien se declara activista, porque sabemos que quiere ‘vendernos’ una idea. Sabemos que es más probable que las hipótesis sean verdaderas y conduzcan a buenos resultados si el investigador se empeña en someterlas a duras pruebas que si las maquilla para que se vean atractivas. El conocimiento se deriva de la fortaleza explicativa de la teoría, no de la retórica brillante con la que se presente.
Esto para referirme a la reciente invitación y presentación que hizo el presidente Petro de Andreas Malm como una “voz indispensable” que lo guía en la lucha contra la economía fósil; hace ya unos dos años relató en un tuit que una de sus ministras le había recomendado su libro Capital fósil.
En pleno siglo XXI, Malm construye sus hipótesis sobre la “catástrofe” del capitalismo y el cambio climático por la introducción (siglo XVIII) de la máquina de vapor en la Revolución Industrial. Creo que los economistas le pueden demostrar cuánto han cambiado las dinámicas de producción y las necesidades de la gente; lo obsoleto de su análisis.
También en aquella ocasión omitió mencionar un libro posterior, Cómo dinamitar un oleoducto, en el que Malm lleva su activismo contra el “capitalismo contaminante” hasta justificar el terrorismo, que plantea, de hecho, como una obligación moral, porque no cree posible reducir la contaminación en democracia ni en capitalismo.
En el tuit menciona el presidente a Saito como otra voz experta. Creo que se refiere al japonés Kohei Saito, quien tiene algunos desarrollos teóricos en economía política desde la perspectiva marxista. Malm es profesor asociado en la Universidad de Lund, y Saito, en la de Tokio.
Quien conoce bien cómo funciona la academia y cómo se genera el conocimiento sabe que ser profesor asociado de una universidad no convierte a nadie en experto (tampoco si fuera profesor titular o emérito). La ciencia moderna ha sido extraordinariamente exitosa porque no solo permite, sino que invita, voces diferentes a sus grandes discusiones. Estas no suelen terminar en declaraciones pomposas, pero sí van configurando ciertos consensos.
Los consensos no son dogmáticos y están sujetos permanentemente a controversia y refutación. Se basan en hipótesis que fueron sometidas por sus autores y otros académicos a confrontaciones rigurosas. Por eso, mientras llega otro mejor, el consenso reúne teorías que explican los hechos, permiten hacer predicciones y proponer acciones probablemente exitosas. Las teorías de Malm y de Saito son malas, no por no estar dentro del consenso, sino porque explican mal y predicen peor.
Hipótesis y teorías se presentan todo el tiempo; algunas son muy ingeniosas, incluso hermosas, y uno quisiera que fueran verdad. Pero (lo dijo Einstein en esos términos) un hecho simple y feo refuta a la más bella de las teorías. El problema con los activistas es que son insensibles a los hechos feos y jamás se desprenden de sus hipótesis queridas, y fallidas. Los políticos que no son verdaderos estadistas caen en lo mismo.
MOISÉS WASSERMAN
X: @mwassermannl