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Opinión

‘El niño de la tula’

La vida de Yoon Ucheol es la de un hombre que termina moviéndose entre dos países, dos identidades y dos culturas.

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En plena guerra de Corea, a principios de los años 50, Aureliano Gallón, un militar colombiano con fama de “matón y loco”, fue enviado con el Batallón Colombia a 15.000 kilómetros de distancia, a cumplir con su deber patrio.
Bajo la entonces presidencia de Laureano Gómez, fue la única unidad de combate de América Latina que participó en dicha conflagración conocida como “la guerra olvidada”. En Washington D. C., al sureste del Lincoln Memorial, la contribución de Colombia en dicha guerra se honra con un monumento.
La vida de Yoon Ucheol, o Carlos Arturo Gallón, es la de un hombre que termina moviéndose entre dos países, dos identidades y dos culturas
Martha Senn
Al parecer, para lavar su conciencia, Gallón, en un acto de caridad cristiana le cambió para siempre la vida a un niño que encontró en las montañas de esta parte del mundo. Para salvarlo de esa catástrofe, en vez de dejarlo en Corea, decidió meterlo en una tula militar agujereada, le dio un nuevo nombre, una nueva nacionalidad y lo trajo a nuestro país de manera secreta, a encontrarse con un destino diferente.
La vida de Yoon Ucheol, o Carlos Arturo Gallón, como fue bautizado en Colombia, es la de un hombre que termina moviéndose entre dos países, dos identidades y dos culturas. Es la que con lujo de detalles literarios que la hacen parecer más mito que realidad narra el periodista y escritor Andrés Sanín.
La editorial Planeta acertó con El niño de la tula al hacer esta publicación en febrero de 2025. Está dedicada “a Yunc, el hijo de Gallón, a los veteranos de la guerra de Corea que rompieron su silencio, y a los huérfanos que siguen dejando tantas guerras”.
Como dice el escritor húngaro Sándor Márai, “solo obtienes algo de los libros si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estás leyendo”. Una invitación que Sanín hace a los lectores de esta historia en la que nos interesamos por saber por qué Colombia envió a 5.062 hombres de sus Fuerzas Militares a combatir en lo que terminaría siendo “un territorio dividido en dos y el primer escenario bélico de la Guerra Fría”.
Se recuerda también en esta obra una de las épocas más violentas de nuestro país. Los soldados del Batallón Colombia, que no acababan de entender el fratricidio entre liberales y conservadores que padecían los colombianos, entendían menos la guerra entre comunistas y capitalistas por la que estaban dispuestos a morir.
Esta busca de respuestas tanto a nivel individual como militar y político atrae un suspenso literario que apasiona página tras página. Sanín investigó archivos, fotografías y publicaciones noticiosas de aquellos tiempos. Relata, así mismo, el destino de algunos otros soldados que, al querer salvar al niño de la hambruna, la orfandad y la penuria, acompañaron a Gallón en esta decisión tan impensable, que denominaron “la operación tula”.
Con sencillez y facilidad de lenguaje a veces metafórico, se mira la guerra desde la perspectiva de un ser humano que, ante el abandono materno, perdió la fe en el amor. Un huérfano atormentado por el deseo de volver a su casa para descubrir qué pasó con su familia, y reconciliarse con su pasado. Lo que sí queda claro, como concluye Sanín, es que de la guerra nadie vuelve; “que mirar atrás es vano e inútil porque nunca nadie regresa al pasado y por eso, debemos aferrarnos al presente y cruzar el abismo que nos separa de los demás”.
¿Qué tanta narración periodística de la verdad o qué tan flagrante ficción histórica hay frente a la hecatombe sufrida por más de tres millones de víctimas en Corea? Como en todas las guerras, cualquier atrocidad es posible y vuela por encima de la imaginación más creativa. Un olvidado puede tener una vida tan fascinante y compleja como la de quien no lo es. El niño de la tula no se queda solo, alguien comparte su tragedia y por fin lo llora: el lector.
MARTHA SEEN

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