Son cientos de colombianos los que abandonan el país cada día. Las razones son muchas. Para unos, abrirse una oportunidad de vida en otro lugar donde se materialicen los derechos. Para otros, huir de la violencia. Y, para los demás, dejar atrás un lugar que no se ocupó de ellos sino en los discursos.
En medio de todo esto, empiezan a surgir noticias sobre el cierre de secciones especializadas de hospitales y clínicas, sobre la dramática crisis fiscal, sobre la ausencia de seguridad y justicia o sobre el deterioro de nuestra democracia.
Algunos al leer estas líneas dirán que es exagerado y que el país no está mal, incluso podrán emocionarse con los discursos presidenciales creyendo que con eso comerán o les garantizarán las medicinas o los tratamientos hospitalarios. Pero la verdad monda y lironda es que día a día el Estado se degrada y muchos jóvenes que siguen apoyando a Petro verán a sus padres o abuelos morir en las puertas de las clínicas sin derechos. Esta historia es conocida en otros países.
En la actual Feria del Libro de Bogotá se presentó un libro de la venezolana Arianna de Sousa-García titulado Atrás queda la tierra, Seix Barral (2025). El conmovedor texto muestra las memorias y los relatos del exilio y el dolor. El texto empieza mostrando el itinerario de una mujer con su hijo enfermo en brazos en medio de la lucha por buscar un servicio médico en la ciudad de Valencia en Venezuela. Al final muere sin atención. Una ruleta que golpea a los más pobres. Parece que en nuestra Colombia, muchos adeptos de ese sistema se tendrán que acostumbrar a eso.
Estas situaciones nos llevan a preguntarnos muchas cosas. ¿Cómo hacer para que nuestro país reaccione? ¿Cómo hacer para que entendamos que el sistema electoral tiene que garantizarse el próximo año? ¿Cómo hacer para que los jóvenes se den cuenta de que la Colombia que conocen no existirá en 20 años y que muchos de ellos recordarán con nostalgia la libertad o verán cómo la autocracia se estableció? ¿Cómo hacer, a fin de cuentas, para hacer entender que estas generaciones tienen en las manos no solo el futuro del país, sino también la forma de determinar la manera como morirán las generaciones de sus padres y abuelos?
Todas estas preguntas son válidas luego de ver cómo se atropella la Constitución de 1991, al sector privado y se polariza la sociedad con la idea de que la muerte se instale de nuevo en el país. Es cierto que Colombia es un país en construcción, es cierto que la violencia ha coexistido en nuestro proyecto nacional, pero también es cierto que hemos avanzado mucho. Recordemos que hace 40 años teníamos tasas de muertes de más de 200 personas por 100.000 habitantes, cuando hoy tenemos 24 personas por 100.000 habitantes. Del mismo modo, poner sobre la mesa que entre 1950 y 2023 la mortalidad infantil pasó de 125 a 16 muertes por mil nacidos. Incluso la tasa de alfabetización pasó del 63 % en 1950 al 92 % en el 2023. Cabe recordar cómo nuestro sistema de salud pudo atender con profesionalismo la pandemia de covid-19.
El 2026 se presenta como un camino para unirnos, defender la democracia y estabilizar el país. No merecemos ser expulsados
Estas cifras más otras pueden sumarse para explicar nuestro avance como nación. Pero el negativismo o la destrucción de lo existente nos está llevando a perder la razón y dejarnos instalar una narrativa de que nada ha funcionado. Más de 2 millones y medio de colombianos han salido del país en los últimos 3 años y con su trabajo les reportan a sus familiares más de 11.000 millones de dólares en remesas.
El 2026 se presenta como un camino para unirnos, defender la democracia y estabilizar el país. No merecemos ser expulsados.
FRANCISCO BARBOSA
* Ex fiscal general de la Nación Profesor del Adam Smith Center for Economic Freedom, Florida International University (FIU)